Miguel Hernández
Llega la muerte sin aspavientos,
pide paso con repeto.
La mirada ausente. El tiempo infinito.
Una guitarra la acompaña…
en este invierno que aún sigue entre nosotros.
En la sorpresa, el llanto nos sobrecoge,
en silencio
y se sienta a nuestro lado.
La azada remueve las entrañas de la tierra
Ella, con la frente alta atraviesa valles y ríos.
La corriente del agua transforma
su piel de terciopelo
y me reconforta cuando recuesto mi rostro
sobre su hombro.
Mi voz rompe con uñas y dientes
el clamor de una mirada
Grandes estragos por venir en extrañas circunstancias
alrededor de un corpúsculo sin recuerdos
El día empieza con esta muerte llena de agujeros.
Con esta caña que me ayuda a respirar bajo el agua.
Con esos brazos abiertos al fondo de un barranco.
En esta pared cubierta de espliego.
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